Sé que es una evidencia afirmar que todas las narraciones tienen algo en común: empiezan, se desarrollan y acaban. Y también que debemos invertir la misma dedicación en el planteamiento, en el desarrollo y, por supuesto, en el desenlace.
¿Qué entendemos por desenlace? A grandes rasgos, es esa parte de la historia, situada al final del relato, donde la trama principal encuentra su cierre. Pero, a ver, vamos a dejar claro un par de conceptos: desenlace no es lo mismo que cierre. ¿Cuál es la diferencia? Es sencilla: el cierre es el punto y final del cuento, es cuando concluye la última palabra del relato, cuando respiramos porque, por fin, lo hemos acabado y podemos dormir tranquilos. El desenlace, por su parte, suele ser el momento de mayor intensidad de la historia, donde todos los elementos que han ido construyendo el conflicto interactúan para producir un cambio en la situación de partida del personaje. Pero, ojo, no tiene que coincidir exactamente con el momento del cierre del relato. Desenlace y cierre no tienen por qué darse a la vez, vaya. Puede que el relato tenga un cierre y el autor sin embargo nos emplace a los lectores a un momento futuro, para cuando se vaya a producir el verdadero desenlace; es decir, que el relato quede abierto. O bien puede que el desenlace se produzca antes del cierre físico del cuento: que entre el desenlace y el cierre haya un espacio en el que la historia ya se relaja y se ofrece una visión panorámica de cómo ha quedado la situación, y cómo han quedado los personajes. Y después, ya sí, irá el cierre.
Una vez aclarada esta diferencia, profundicemos en el desenlace.
Después de haber presentado a los personajes y el contexto en el que se mueven, después de haber originado y desarrollado el conflicto, después de haber aprovechado al máximo las fuerzas del protagonista, llega el momento en el que el personaje ha de enfrentarse a la prueba definitiva, cuyo resultado indicará si finalmente ha alcanzado o no aquello que deseaba: su objetivo. Tras esa prueba final, la intensidad decaerá, la llama del conflicto se apagará, narraremos las consecuencias de la resolución… y fin de la historia.
Todo desenlace comienza con un clímax narrativo. ¿Qué es esto? Es una escena (no necesariamente trepidante; también puede ser un hecho íntimo, una acción interna del personaje) en la que se pone definitivamente en juego el objetivo del protagonista, quien deberá verse las caras de tú a tú con esa fuerza antagonista que le ha impedido durante toda la historia conseguir aquello que deseaba. Será entonces (consiga o no lo que desea) cuando el protagonista demuestre que de una forma u otra se ha producido un cambio en su persona. Atención: un clímax siempre es una escena, nunca un resumen. El lector quiere ver en directo cómo se resuelve el conflicto, vivir en primera línea ese momento, y la única herramienta que nos muestra un momento de la historia a tiempo real y en un escenario concreto es la escena. Si recurrimos a un resumen, estaremos ofreciendo una interpretación incompleta y mediatizada por parte del narrador, y el lector no será testigo directo de la escena (narrada con pelos y señales), sino que se tendrá que conformar con escuchar una voz que le contará cómo ha acabado todo.
Hay diversas maneras de abordar el desenlace cuando empezamos a escribir. Sin embargo, algo es imprescindible: los elementos que forman un relato (los personajes, los escenarios, las acciones, los diálogos…) han de confabularse de manera lógica y coherente, e ir encaminados hacia ese desenlace, sin cortes bruscos, sin elementos que distraigan, sin sorpresas que no vienen a cuento o personajes que sobran porque no aportan nada a la historia. El desenlace debe ser verosímil; ojo, un mal desenlace puede estropear un relato que haya tenido un buen comienzo y un buen desarrollo. Para que esto no pase, es conveniente tener cierta noción de hacia dónde queremos que se encamine la historia. No es necesario que tengamos claro cuál va a ser el final exacto, pero sí hacia dónde se dirigen los pasos de nuestro personaje.
¿De qué tipos de desenlace debemos huir? Pues por ejemplo del final sorpresa artificioso, que no se corresponda de manera lógica con el camino trazado desde el principio o que, como ocurre en el caso de que todo era un sueño (¡Dios, qué mal sienta cuando esto ocurre!), reduzca a la nada la tensión de la trama. O de los que la tensión de la trama queda anulada por un suceso imprevisto y que no depende de él. O de los que la mala suerte o las desgracias ajenas al personaje convierten al personaje en una víctima, en alguien que no actúa frente al conflicto, puesto que este es resuelto por un elemento externo.
¿Y qué tipos de desenlaces hay? Podemos optar por los finales abiertos o sugeridos, que son aquellos en los que el desenlace se pospone hasta después del cierre. O por un final cerrado, en el que cierre y desenlace coinciden, de modo que, cuando el autor pone el punto final al relato, el conflicto se da por concluido. A partir de ese momento pueden seguir ocurriendo cosas en la vida de los protagonistas (es lo más probable y deseable, claro), pero el conflicto que se planteó en esa historia ya no volverá a aparecer. De cualquier manera, consideramos un relato con final cerrado cuando al acabar de leer ya sabemos cómo ha resuelto el conflicto el personaje. O también podemos escoger un final circular, con el que digamos que el autor «remata» de forma cíclica una historia que, cuando termina, vuelve a empezar. Por esencia, este tipo de desenlaces en parte dejan también el relato sin finalizar, pues confluyen eternamente en el mismo punto, que a su vez enlaza con el principio. La historia volverá a repetirse, quizá no exactamente igual, pero volverá a repetirse. Y el personaje, que no ha aprendido nada en el transcurso de la historia, volverá a andar por el mismo sendero por el que ha caminado, y volverá a caer en los mismos errores.
También nos podemos encontrar con relatos en los que no hay un desenlace propiamente dicho, que no respetan el tradicional esquema inicio-nudo-desenlace. En este tipo de cuentos, interesa más bien mostrar una situación, un entorno, una panorámica de un momento vital en la vida de uno o varios personajes. Siempre hay, por supuesto, un conflicto en marcha entre los personajes, pero lo más que llega a ocurrir es que a lo largo del cuento ese conflicto avance, se perfile, se muestre en toda su intensidad o, simplemente, se aproxime a su desenlace, pero nunca llega a resolverse.
Otra forma de abordar un desenlace es cuando el conflicto avanza hasta llegar a una situación que, al menos dentro de los parámetros del cuento, no tiene solución. De esta forma, el desenlace consiste en un minucioso examen de la «no solución» del conflicto. Y una vez evidenciada, ya solo queda cerrar con rapidez.
Como conclusión, y conectando con lo que decía al principio, es interesante reflexionar sobre la importancia que tiene el desenlace dentro de la elaboración de un relato. Independientemente del que uno elija, es la última pieza que cierra el cuento, y un cuento debe provocar sensaciones que se han de ampliar más allá de la simple lectura. Es importante tener en cuenta que la sensación con la que uno se queda después de leer un buen relato es el resultado de una totalidad: unos personajes bien armados, una trama bien tejida, unas descripciones sintéticas y oportunas, un ritmo adecuado…; detalles todos que llevan irremediablemente a un desenlace, sea el que sea, pero coherente con los detalles que han ido acompañando a la trama. Si en esta confabulación de elementos hay armonía, nos encontraremos ante un buen relato.
© Clara Redondo. Escritora y profesora de Ítaca Escuela de Escritura
Entrada publicada en ITACA ESCUELA DE ESCRITURA