Os recuerdo algo que ya se explicó muy bien en la sección de los aspectos teóricos de la voz narrativa. En el proceso de escritura de un relato intervienen tres voces: la del autor (persona real, de carne y hueso, que vive en este mundo y al que le da por imaginar una historia), la del narrador (la voz que el autor escoge como intermediaria para contar esa historia que ha imaginado) y las de los personajes (seres de cualquier tipo que protagonizan esa historia y que por supuesto se comunican utilizando su propia y característica voz).

Como veis, hay varias «voces» dentro de un relato. Lo primero: hay que reconocerlas. Lo segundo: una vez reconocidas, cada una debe respetar su espacio y no inmiscuirse en espacio ajeno. Esto parece obvio, ¿verdad? Pues fijaos en algunas de las intromisiones frente a las que debemos estar alerta:

-por ejemplo, cuando el autor pone en boca de un personaje ciertas ideas u opiniones (políticas, sociales, reivindicativas…) que son digamos que propiedad del autor y que por tanto no le corresponden a ese personaje en particular, ni por su situación ni por cómo el propio autor lo ha caracterizado.

-o, por ejemplo, cuando utilizamos durante todo el relato la voz de un narrador cámara (ese tipo de narrador que únicamente muestra lo que hacen y dicen los personajes, es decir, el mundo externo) y de pronto este narrador empieza a emitir juicios de valor o muestra el interior de los personajes. Habrá cambiado su voz inicial.

-o cuando escuchamos hablar a un niño de cinco años que se expresa como si tuviera la experiencia de un adulto de veinticinco.

Estos son unos pocos ejemplos de cómo a veces los escritores distorsionamos las distintas voces que forman parte de nuestros relatos.

Para finalizar, os propongo una sencilla práctica de escritura para trabajar esta diversidad de voces: imaginad como escenario un tanatorio. Hay una persona fallecida en un ataúd. Hombre, mujer, da igual. Pues bien, el ejercicio consiste en lo siguiente: escribid tres cartas al muerto, pero de tres personas distintas:

1.ª El esposo, a quien se le ha muerto su odiosa mujer/La esposa, a quien se le ha muerto su odioso marido.

2.ª La tarotista (persona que pretende predecir el porvenir por medio del tarot), a quien la muerta/el muerto visitaba una vez al mes.

3.ª Alguien que pasaba por ahí y ni siquiera conoce al muerto/a la muerta.

Ya veis: tres personas con tres voces diferentes que se dirigen al finado. Por cierto, os propongo un enfoque humorístico. Son cartas póstumas y el destinatario jamás las podrá leer ni escuchar; lo sé. Pero esto es ficción. A ver qué os sale.

© Clara Redondo. Escritora y profesora de Ítaca Escuela de Escritura

Entrada publicada en ITACA ESCUELA DE ESCRITURA

 

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